miércoles, 9 de marzo de 2011

Supervivencia del más apto

Santiago Martínez Cartier

Podemos empezar por nombrar uno de los principios básicos del capitalismo: la supervivencia del más apto. Más allá de que este tipo de darwinismo social engendre pobreza y amplíe exageradamente las brechas sociales (de más esta decir que esto no es una consecuencia leve), tiene también otra clase de repercusiones. Estas no solo afectan a los estratos sociales más bajos, sino además a los mismísimos dueños de capital. Nos referimos a las consecuencias ambientales.
Estas no discriminan y cualquier tipo de contaminación en cualquier parte del mundo tiene un efecto global. ¿Cuál es la causa principal de esta contaminación? Que el capitalismo solo ve las consecuencias a corto plazo, y con el principal objetivo de incrementar los eventuales ingresos, las cuestiones ambientales pasan a un plano secundario, casi nulo.
Un claro ejemplo de esta cruel negligencia es la no ratificación del Protocolo de Kyoto por parte de los Estados Unidos de América, la nación capitalista por excelencia. Fue firmado en forma simbólica (ya que de cualquier forma no cumplían con los requisitos que el protocolo) hasta que finalmente George W. Bush se retiró oficialmente del acuerdo. Al no tener un limites ni restricciones en el aspecto ambiental las empresas norteamericanas se ven libres de producir cuando, donde y lo que quieran. De esta manera, pudiendo contaminar cuasi legalmente a discreción, alcanzan los estándares más altos de producción, lo que es primordial para el gobierno estadounidense.
Sin ir más lejos, tenemos el caso de la papelera finlandesa Botnia, que causo tanta repercusión al querer instalarse en el río Uruguay. De nuevo aquí se presenta el mismo caso, la priorización por parte de los empresarios del incremento de los ingresos por sobre el bienestar ecológico. De todas formas este no es un caso aislado, solo dio la casualidad de que tuvo mayor repercusión mediática que otros similares. Decenas de papeleras como Botnia contaminan diariamente las aguas de los afluentes del Río de la Plata, pero a nadie parece importarle. Al igual que la explotación minera al oeste del país, con altos niveles de intoxicación tanto para los trabajadores como para el ambiente que los rodea.
¿Y que hacen las empresas? ¿Los gobiernos? No mucho. Solo contratan algún ingeniero ambiental por causas meramente burocráticas; y mientras este establece la mejor forma de producir con el menor daño ambiental posible, otro le mete un billete en el bolsillo para que establezca que en realidad mayor producción no tiene consecuencias negativas. Conceptos como el famoso pero poco utilizado desarrollo sustentable, pasaron ya al olvido y casi no se los recuerda por su sonido arcaico. Nadie piensa en el futuro, el presente es lo único que parece importarle al mundo en estos tiempos modernos, y justamente por esto las generaciones futuras no solo tendrán que luchar para salvar lo poco que ha de quedarles, sino también luchar entre ellos por los recursos restantes, ya que en épocas de desesperación desgraciadamente el único medio conocido es la guerra.
En resumen, el capitalismo salvaje y la ecología propiamente dicha son enemigos naturales (irónico utilizar esta palabra para describir la relación), pero no es necesario llegar a los extremos que se llega hoy en día. Mediante regulaciones, impuestos económicos, subsidios, o cualquier otra forma de incentivo; se tiene que fomentar la conservación ecológica, y de esta manera conservar el planeta como lo conocemos por lo menos un tiempo más. Solo esperemos que cuando el mundo despierte no sea demasiado tarde.

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