domingo, 7 de noviembre de 2010

Sobre la ley de matrimonio igualitario.

Angela Lerena

No tengo un amigo gay. No tengo un hijo, ni un hermano, ni un primo gay. Conozco muchos gays y, sinceramente, su sexualidad no me hace estimarlos más ni menos de lo que los estimo por sus características personales. Pero me siento obligada a dar mi opinión sobre la ley que se debatirá mañana en el Senado, porque no estamos hablando solamente de matrimonio igualitario, estamos hablando de la sociedad que queremos construir y -esa sí- es la sociedad en la que vivo, en la que vive mis hija, mis hermanos y mis amigos.

Estoy a favor de la inclusión. Considero que la sociedad es mejor cuanto más aprende a aceptar las diferencias, las particularidades, y a asimilarlas de la forma más armónica posible. Creo que, en una sociedad democrática, las minorías religiosas, sexuales, étnicas, deben ser consideradas e incluidas. Estoy convencida de que una sociedad que somete a las minorías, o a los débiles, o a las mujeres, o a los homosexuales, es una sociedad más pobre, más inhumana, más infeliz. Más enferma. Las enfermedades sociales son el fascismo, la xenofobia, el machismo, el antisemitismo; no aquello que una pareja de adultos librepensantes elige hacer en su intimidad.

Dicho esto, queda claro que apoyo el proyecto de ley que permitirá casarse a las personas del mismo sexo. Esta opinión no estaría completa si no intentara responder a los argumentos de quienes se oponen al matrimonio igualitario. Eso haré.

"El matrimonio gay atenta contra la familia".

El matrimonio igualitario no obligará a los heterosexuales a casarse con gays. El matrimonio igualitario no destruirá las familias heterosexuales; simplemente permitirá que aquellos que formarían una pareja homosexual sin los derechos civiles de quienes contraen matrimonio, puedan adquirir esos derechos. No se trata de otorgarles el permiso de tener sexo homosexual, o de amarse, o de vivir bajo el mismo techo. Al igual que los heterosexuales, los homosexuales no piden permiso para formar parejas. Se trata de proteger legalmente con la figura del matrimonio a aquellos ciudadanos que están desprotegidos porque el Código Civil no los contempla.

"La familia de mamá y papá es natural".

Cualquiera con básicos conocimientos de antropología, o un mínimo interés en otras culturas, sabe que esto no es cierto. La familia heterosexual monogámica es una construcción social: no existió en toda la historia del hombre, y ni siquiera existe actualmente en todo el mundo. Cualquier libro de antropología da cuenta de matriarcados, poligamia, familias tribales, y decenas de variantes para las organizaciones familiares. En la historia y, hoy todavía, en otras culturas. La familia heterosexual monogámica es una construcción moderna de occidente. Eso no le quita ni le asigna valor; simplemente no es “natural”, no es inherente a la raza humana.

"Dios condena la sodomía y reprueba la homosexualidad. Dios no quiere matrimonios gay".

Lamento que algunos se arroguen la representación de Dios pero supongo que, si es cierto que Jesús le asignó a Pedro la construcción de su Iglesia y la Iglesia es ésta con la que convivimos, técnicamente les corresponde. Ahora, la obediencia debida a la religión cristiana es una cuestión de los cristianos. Los judíos, ateos, musulmanes, budistas, o simplemente no religiosos, nos regimos por las leyes humanas. Esas que se deciden en el Congreso, a través de los representantes del pueblo. Nadie obliga a los sacerdotes a casar gays; las leyes civiles son prerrogativa del Estado, no de la Iglesia. Tan simple y, sin embargo, tan difícil de entender a veces. Hay Estados en los que la ley religiosa se equipara a la ley civil. Argentina no es uno de ellos.

"Los niños tienen derecho a una madre y a un padre".

¿Alguien supone que, a partir de la aprobación de esta ley, un niño que tenga madre y padre será privado de alguno de sus progenitores? No, ¿no? El uso de esta consigna para oponerse al matrimonio igualitario es –a mi juicio- claramente malintencionado. Los solteros pueden adoptar niños y, por lo tanto, mal que les pese a quienes temen que la homosexualidad sea contagiosa, los gays ya pueden adoptar. El asunto es darle unidad legal a las familias de gays con niños que ya existen, y un marco a las futuras. Está claro que los niños que se otorgan en adopción son niños abandonados, sin el cuidado, la protección y el amor de un progenitor. Esos niños ya existen, no los inventan ni los provocan los gays. Simplemente algunos les ofrecen el cuidado y el amor que les faltan. El Estado tiene mecanismos para evaluar la aptitud de los adoptantes; con que se apliquen sería suficiente. De todas maneras, la discusión sobre la adopción de niños es otra. Lo que se debatirá mañana es el matrimonio entre personas del mismo sexo, y cambiar los ejes de debate es embarrar la cancha.

"La Constitución/los pactos internacionales hablan de hombre y mujer cuando se refieren al matrimonio".

Los pactos incluidos en la Constitución tienen como objetivo ampliar derechos, no restringirlos. Acá, los juristas debaten –agrupados en marcados bandos religiosos vs laicos- sobre la letra, la interpretación y el espíritu de cada ley superior y cada pacto, buscando o derribando obstáculos para aprobar esta ley. Considero que es una discusión reduccionista, y que este debate la supera. Las leyes deben estar al servicio del hombre, y no al revés. Si la sociedad cambia, se modifica, avanza, la ley debe acompañar esos cambios. Los gays no se decretan ni se derogan por ley: los gays existen, están ahí, y están formando matrimonios de hecho, aunque reducidos en derechos.

La ley debe adaptarse a esa realidad, a las necesidades de una sociedad que - para crecer en calidad democrática- no puede excluir a las minorías sexuales. Si las leyes fueran inamovibles, la humanidad se regiría por leyes del Medioevo. Alguna vez, los tormentos físicos, la esclavitud, la inferioridad de los negros, las restricciones civiles para las mujeres, la deportación de anarquistas, fueron ley. Hoy ya no lo son. Las leyes se adaptaron a la sociedad, y no al revés. Por eso, el Congreso debe aprobar una ley que se adapte a la realidad de una sociedad que –afortunadamente, para todos aquellos que queremos lo mejor para nuestros hijos- ya no esconde a sus homosexuales.

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