Angela Lerena (ankipunk@hotmail.com)
Entre todos los conceptos e imágenes erróneas que la cultura dominante nos transmite sobre el aborto, el primero que es incorrecto –sin ninguna inocencia- es cómo se plantea la cuestión: la dicotomía estar a favor o en contra del aborto. Esa no es una manera objetiva de abordar el tema. Ninguna persona que haya reflexionado sobre la problemática está “a favor” del aborto; el aborto es física y psíquicamente doloroso, y es la última opción a la que debería tener que acudir una mujer que quiere planificar su vida reproductiva. La cuestión que debemos debatir es si estamos a favor o no de que la mujer tenga libertad para decidir sobre su propio cuerpo. Esa es la verdadera pregunta que, como sociedad, tenemos que hacernos. En términos prácticos, esa pregunta derivará en otras: ¿Debe ser punible el aborto? ¿Debe ir a la cárcel la mujer que aborta? ¿Interrumpir un embarazo es un delito?
El óvulo fertilizado por un espermatozoide se transforma en un ser humano recién nacido porque, durante nueve meses, obtuvo alimento, calor y protección de un cuerpo femenino. Un embrión no puede crecer y desarrollarse por sí solo: necesita obtener absolutamente todos sus nutrientes del cuerpo que lo alberga. En esos meses, la embarazada tendrá que compartir su energía, su calcio, sus proteínas, su hierro, sus vitaminas, con el embrión que se desarrolla en su útero. Eso traerá a la mujer toda clase de malestares físicos -algunos permanentes-, e incluso puede poner en riesgo su vida. Aceptar esa tremenda responsabilidad y exigencia con alegría es una experiencia maravillosa, y quien esto escribe tiene la fortuna de haberlo vivido. Pero toda persona debe tener derecho a decidir si está dispuesta, o está en condiciones, de dedicar su cuerpo, durante nueve meses, a proveer a un embrión de todas sus necesidades para que se convierta en persona.
Aquí hay otro dilema. ¿En qué momento ese óvulo fertilizado se transforma en un ser humano? ¿A partir de qué etapa del embarazo el derecho del feto a vivir pasa a ser tan importante como el derecho de la madre a disponer de su cuerpo? No hay una sola razón médica para considerar un ser humano –por lo tanto, acreedor del derecho a la vida- a un embrión o feto en las primeras semanas de gestación. Los seres humanos nos distinguimos de las otras especies que pueblan el planeta porque tenemos vida mental superior, racionalidad, pensamiento abstracto y autoconciencia. El feto humano, en las primeras semanas de embarazo, no tiene cerebro ni sistema nervioso central y, por lo tanto, no tiene capacidad de razonar. Es, biológicamente, un feto perteneciente a la raza humana, pero es un ser humano potencial, no es una persona presente. Ser un ser humano potencial no otorga derechos humanos anticipados. Esta es la mirada médica y filosófica predominante hoy.
Hay quienes piensan distinto. Hay quienes afirman que el embrión es un ser humano porque desde la concepción misma es un hijo de Dios y tiene alma y derecho a la vida. Quienes tengan esta mirada, son libres de oponerse al aborto, y defender los embarazos –incluso los no deseados- a capa y espada. Eso sí: son libres de oponerse al aborto en su propio cuerpo. También son libres de considerar pecadoras o inmorales a aquellas mujeres que elijan libremente interrumpir sus embarazos. Lo que no pueden hacer es imponer una mirada religiosa al resto de la sociedad. No pueden exigir leyes que se basen en visiones religiosas. Lamentablemente, nuestra cultura, de la cual surgen las leyes, está repleta de visiones y reglas heredadas de nuestro origen judeocristiano. Pero el Código Penal no puede basarse en
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